Esta vez no pudo ser. Por primera vez tengo que tomar la más dura de las decisiones a las que un deportista se puede enfrentar en una prueba: terminarla antes de llegar a meta. Retirarse.
Meses atrás, una vez concluido el Reto Runspiral Canarias en diciembre, busco en el calendario una prueba que me interese. La Transgrancanaria tiene todo lo que necesitaba. Conocer una isla con un recorrido de punta a punta, pasar de los 100 km, que hace ya un tiempo que intentaba hacerlo, e ir con mis compañeros de club a disfrutar de un evento puntero donde la fiesta del Trail esté por todo lo alto.
Desde aquel momento, como todos los que queremos disfrutar de una ultra, nos preparamos a conciencia: organizamos bien los entrenamientos, cuidamos la alimentación y la suplementación y repasamos el itinerario de la prueba para planificar una estrategia que nos haya llegar a meta lo antes y mejor posible.
Entre semana, series en subida y en llano, cambios de ritmos y kilómetros en Las Peras y aledaños. A todo esto le añadimos 2 días de sesiones de fuerza y propiopección en el Centro de entrenamiento DADO. Lo he notado, y mucho, este último extra en mi preparación. Ni una señal de calambres en el recorrido realizado. Estoy muy satisfecho con este plus invertido.
Los fines de semanas, monte para qué te quiero. Madrugones de los buenos (sarna con gusto no pica) y tiradas largas por Anaga y Güímar. Disfrutar del monte con los amigos y compañeros de Vida Trail no tiene precio.
Llegando a la fecha uno se pone nervioso, pero es la salsa en una prueba de éstas. Uno se prepara para ser el protagonista de una gran aventura que tiene que escribir con sus pies. Tener respeto a una ultra es esencial para conseguir terminarla.
Me traslado a Gran Canaria y al día siguiente a recoger dorsales. Muchas caras conocidas y ya el momento previo de la carrera es un espectáculo. Me siento como un niño pequeño disfrutando del envoltorio de un suculento caramelo.
A partir de las 6 de la tarde me levanto para comer algo y organizar el material obligatorio, la ropa a llevar y surtir la mochila con geles, isotónico y demás pociones y trucos aprendidos. Me siento muy contento y con ganas de salir ya. ¡A por mis 125 kilómetros!
En Agaete me encuentro muy a gusto y saboreando la gran aventura antes de dar el pistoletazo de salida. Mentalmente repaso el plan de ruta: Ir de menos a más hasta El Garañón y a partir de ahí, si tengo piernas, conseguir bajar lo más fluido posible.
Unos minutos antes del inicio empieza a llover. Parece que la noche va a ser fría, aunque no tanto como el año anterior, pues aquella vez sí que les cayó un buen chaparrón.
Al principio salgo tranquilo y sin apresurarme. Me empiezan a pasar muchos corredores, pero yo soy consciente de mis fuerzas y de la estrategia de carrera planteada. La subida a Tamabada son 10 km con un fuerte desnivel. La serpiente de luz creada por los frontales de todos los corredores recrea mis ojos. El sonido del agua cayendo nos advierten minutos antes de los riachuelos a sortear. Impresionante. Voy repasando los pequeños retos de avituallamiento en avituallamiento con la cabeza muy serena.
Empieza la bajada muy técnica y dura hacia Tirma. Hay que ir despacio. Algunos corredores se caen y entre todos les ayudamos a levantarse. Temo más las bajadas que las subidas. Esta parte es más dura aún que el principio. Me digo a mí mismo: "Cabeza y serenidad."
Siguiente ascenso a Artenara. El frío empieza a hacer de las suyas. Estoy congelado. Va a ser una de las partes más duras de la carrera. La noche se me hace un pelín larga y me empiezo a agobiar un poco. Me resulta raro, pues me encanta disfrutar del monte a oscuras con mi frontal. Intento cambiar el chip y no saturarme. Entro en Artenara y hago bien el avituallamiento. Al salir, siento una gran y molesta sensación que me recorre de la cabeza a los pies en forma de escalofrío. Esto no va a ser fácil.
Siguiente punto a alcanzar, Fontanales. Será la primera maratón de las 3 que tengo que conseguir. Empieza amanecer y disfruto del alba. Apago mi frontal y gozo del verdor de esta zona de la isla. Parece que estoy en Galicia. ¡Qué pasada! Cambio el chip en mi cabeza y dejo atrás las incomodidades anteriores. "¡Esto es para pasárselo bien!", me digo a mí mismo. Es un momento para saborear, porque sé que llegarán otras partes duras de la carrera. Sonrío como un niño chico. Empieza mi segunda maratón.
La segunda parte de mi aventura es más apetecible que la primera. Me lleno de todo lo positivo que veo. Voy pasando los diferentes avituallamientos con ganas, aunque cansado. Valleseco y Teror se quedan atrás sin problema. La subida a las antenas de RTVE se hace asequible y es una inyección de adrenalina que me hace correr a un ritmo aceptable, recuperándome de pequeños cansancios habituales en una ultra como ésta. Por aquí me pasa Sergio el Flaqui, de la Advance. Va muy bien. Se nota que está muy contento.
Llego a la Cruz de Tejeda y de ahí, descenso hacia el avitullamiento en su zona urbana del municipio. Me siento ahora muy fluido en la bajada. Soy consciente que la carrera la voy solventando como la había planificado en un primer momento, de menos a más, a un ritmo constante, sin sobre esforzarme a tope, pues queda mucho por recorrer.
La subida a Roque Nublo la empiezo a la 1 de la tarde. El calor hace su aparición de forma colosal. Me siento a gusto. Cansado, pero a gusto. No he tenido en ningún momento calambres y eso me dice que los entrenamientos, en especial los de gimnasio en DADO han surtido efecto. ¡Esto marcha!
Subo a ritmo constante, junto a otros participantes de la Advance (83 km) y algunos de la Ultra (125 km). A estos últimos los voy dejando atrás. Desde que empecé a medianoche he ido superando poco a poco a diferentes corredores. Me siento muy satisfecho de la progresión. Todo va sobre ruedas. Creo que voy a llegar a la última parte de la carrera, desde El Garañón, con el ánimo, las ganas y las fuerzas suficientes para conseguir bajar a buen ritmo. Todo va según lo estimado. ¿Todo?
Una pequeña molestia en la zona exterior de la rodilla derecha empieza a llamarme la atención. La valoro e intento no darle mucha importancia. Ya se irá. Poco a poco va a más. Sigo mi intuición y bajo un poco el ritmo para intentar aliviar una posible sobrecarga. El dolor tenue pasa a un pequeño ardor y más tarde a una punzada que no me deja pisar con soltura. De trotar paso a caminar. El dolor es cada vez más inaguantable. Aquí pasa algo.
El paso a Roque Nublo lo hago como puedo, caminando y mordiendo los dientes. Cada zancada es tan dolorosa que me desconcentra. Me empiezan a pasar todos los corredores, la mayoría de la Advance y algunos de la Ultra que hacía tiempo dejé atrás. Empiezo a sentir más el dolor de la impotencia que el de la rodilla. Esto pinta muy mal. Caen las primeras lágrimas de un mal presagio que se va a hacer realidad: planea sobre mí una posible retirada.
La llegada al avituallamiento del Garañón la realizo caminando, por no decir arrastrándome, ayudándome de los bastones y con la mirada baja. Los que me esperan allí se dieron cuenta que algo iba muy mal. Al verles sólo puedo decirles:"No puedo ni caminar".
Entro en el recinto e intento serenarme. Me doy hielo, Ibuprofeno en roll on y me tomo algún anti-inflamatorio. Me duele a horrores. Empiezo a llorar como un niño chico. Respiro, me seco las lágrimas y me propongo llegar al siguiente avituallamiento, pero nada más levantarme, el dolor me hace sentarme de sopetón en la silla. No puedo. Aunque quiero, no puedo seguir.
Entre sollozos comento a la organización mi retirada. Toda una serie de emociones y pensamientos me inundan. ¿Qué hice mal? ¿Por qué? ¿Qué fue?...
Tres días más tarde intento escribir este relato que en un principio me negué a compartir. Sinceramente creía que no tenía nada interesante que decir. El no conseguir por primera vez meta no es de interés para nadie, y menos volver a revivir esos momentos. Tal vez no. Tal vez sí.
Correr ultras es sentir emociones. Somos devoradores de emociones más que de kilómetros. Y aquí les quiero hacer sentir lo que yo pasé en esta Transgrancanaria 2014.
Podré echarle la culpa a algunos factores, pero los que me conocen saben que suelo calcular mucho y preverlo todo. ¿Entonces, qué salió mal? Lo más seguro es que no encontraré una respuesta a esta pregunta y menos una que me tranquilice. No conseguí mi reto. Y me quedo con ese sabor amargo de la derrota personal.
¿Aprenderé de ella? Seguramente sí, al igual que se aprende más de los entrenamientos que no salen bien que de los que pasan sin darte cuenta del esfuerzo empleado. Pero me temo que pasará un tiempo para darle la vuelta a la tortilla. Soy así de tozudo, para lo bueno y para lo malo.
Y esto ha sido todo, amigos. Agradecerles los ánimos y el seguimiento que han sido increíbles. También las palabras y sonrisas después de la carrera.
A Laura le debo el cielo y más. Al míster mil gracias por la confianza hasta el final y al Club Vida Trail no tengo palabras por hacerme sentir día a día en familia. Todos son muy especiales para mí.
¿Siguiente reto? Sonreír. ¿Y el próximo? Transvulcania.
Siguiente punto a alcanzar, Fontanales. Será la primera maratón de las 3 que tengo que conseguir. Empieza amanecer y disfruto del alba. Apago mi frontal y gozo del verdor de esta zona de la isla. Parece que estoy en Galicia. ¡Qué pasada! Cambio el chip en mi cabeza y dejo atrás las incomodidades anteriores. "¡Esto es para pasárselo bien!", me digo a mí mismo. Es un momento para saborear, porque sé que llegarán otras partes duras de la carrera. Sonrío como un niño chico. Empieza mi segunda maratón.
La segunda parte de mi aventura es más apetecible que la primera. Me lleno de todo lo positivo que veo. Voy pasando los diferentes avituallamientos con ganas, aunque cansado. Valleseco y Teror se quedan atrás sin problema. La subida a las antenas de RTVE se hace asequible y es una inyección de adrenalina que me hace correr a un ritmo aceptable, recuperándome de pequeños cansancios habituales en una ultra como ésta. Por aquí me pasa Sergio el Flaqui, de la Advance. Va muy bien. Se nota que está muy contento.
Llego a la Cruz de Tejeda y de ahí, descenso hacia el avitullamiento en su zona urbana del municipio. Me siento ahora muy fluido en la bajada. Soy consciente que la carrera la voy solventando como la había planificado en un primer momento, de menos a más, a un ritmo constante, sin sobre esforzarme a tope, pues queda mucho por recorrer.
La subida a Roque Nublo la empiezo a la 1 de la tarde. El calor hace su aparición de forma colosal. Me siento a gusto. Cansado, pero a gusto. No he tenido en ningún momento calambres y eso me dice que los entrenamientos, en especial los de gimnasio en DADO han surtido efecto. ¡Esto marcha!
Subo a ritmo constante, junto a otros participantes de la Advance (83 km) y algunos de la Ultra (125 km). A estos últimos los voy dejando atrás. Desde que empecé a medianoche he ido superando poco a poco a diferentes corredores. Me siento muy satisfecho de la progresión. Todo va sobre ruedas. Creo que voy a llegar a la última parte de la carrera, desde El Garañón, con el ánimo, las ganas y las fuerzas suficientes para conseguir bajar a buen ritmo. Todo va según lo estimado. ¿Todo?
Una pequeña molestia en la zona exterior de la rodilla derecha empieza a llamarme la atención. La valoro e intento no darle mucha importancia. Ya se irá. Poco a poco va a más. Sigo mi intuición y bajo un poco el ritmo para intentar aliviar una posible sobrecarga. El dolor tenue pasa a un pequeño ardor y más tarde a una punzada que no me deja pisar con soltura. De trotar paso a caminar. El dolor es cada vez más inaguantable. Aquí pasa algo.
El paso a Roque Nublo lo hago como puedo, caminando y mordiendo los dientes. Cada zancada es tan dolorosa que me desconcentra. Me empiezan a pasar todos los corredores, la mayoría de la Advance y algunos de la Ultra que hacía tiempo dejé atrás. Empiezo a sentir más el dolor de la impotencia que el de la rodilla. Esto pinta muy mal. Caen las primeras lágrimas de un mal presagio que se va a hacer realidad: planea sobre mí una posible retirada.
La llegada al avituallamiento del Garañón la realizo caminando, por no decir arrastrándome, ayudándome de los bastones y con la mirada baja. Los que me esperan allí se dieron cuenta que algo iba muy mal. Al verles sólo puedo decirles:"No puedo ni caminar".
Entro en el recinto e intento serenarme. Me doy hielo, Ibuprofeno en roll on y me tomo algún anti-inflamatorio. Me duele a horrores. Empiezo a llorar como un niño chico. Respiro, me seco las lágrimas y me propongo llegar al siguiente avituallamiento, pero nada más levantarme, el dolor me hace sentarme de sopetón en la silla. No puedo. Aunque quiero, no puedo seguir.
Entre sollozos comento a la organización mi retirada. Toda una serie de emociones y pensamientos me inundan. ¿Qué hice mal? ¿Por qué? ¿Qué fue?...
Tres días más tarde intento escribir este relato que en un principio me negué a compartir. Sinceramente creía que no tenía nada interesante que decir. El no conseguir por primera vez meta no es de interés para nadie, y menos volver a revivir esos momentos. Tal vez no. Tal vez sí.
Correr ultras es sentir emociones. Somos devoradores de emociones más que de kilómetros. Y aquí les quiero hacer sentir lo que yo pasé en esta Transgrancanaria 2014.
Podré echarle la culpa a algunos factores, pero los que me conocen saben que suelo calcular mucho y preverlo todo. ¿Entonces, qué salió mal? Lo más seguro es que no encontraré una respuesta a esta pregunta y menos una que me tranquilice. No conseguí mi reto. Y me quedo con ese sabor amargo de la derrota personal.
¿Aprenderé de ella? Seguramente sí, al igual que se aprende más de los entrenamientos que no salen bien que de los que pasan sin darte cuenta del esfuerzo empleado. Pero me temo que pasará un tiempo para darle la vuelta a la tortilla. Soy así de tozudo, para lo bueno y para lo malo.
Y esto ha sido todo, amigos. Agradecerles los ánimos y el seguimiento que han sido increíbles. También las palabras y sonrisas después de la carrera.
A Laura le debo el cielo y más. Al míster mil gracias por la confianza hasta el final y al Club Vida Trail no tengo palabras por hacerme sentir día a día en familia. Todos son muy especiales para mí.
¿Siguiente reto? Sonreír. ¿Y el próximo? Transvulcania.
Sin palabras, no puedo expresar lo que siento, estoy tan emocionada que las lágrimas recorren mi rostro, yo también viví otra aventura diferente, pero tú estabas en ella, y espero seguir a tú lado en todas las aventuras que pueda, para mi fuiste un campeón, busqué la luz y fuiste mi Estrella, ya verás que el próximo año lo conseguirás, Te Quiero.
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